QUIZÁS MAMÁ SIGA AQUÍ
El
tiempo pasa, y suele decirse que este marca tus días. Recuerdo que fue un 17 de
febrero, cuando las cosas cambiaron, aunque sin saber muy bien el porqué.
Cuando lo pienso fríamente me doy cuenta de que todo empezó mucho antes de lo
que creía.
Me
miré fijamente al espejo la noche de antes. Observaba con detenimiento como mi
pelo mojado unido en finos mechones se deslizaba por mi espalda, la cual solo
estaba cubierta por unas simples gotas de agua. Y aunque resulte extraño, ese
día el espejo estaba diferente, parecía más serio de lo normal, como si
quisiera decir algo a gritos. Cada cosa que me rozaba estaba mucho más fría, lo
notaba en mí. En ese instante un escalofrío se apoderó de mí y durante unos
instantes me hizo temblar por dentro, como si no quisiese salir, por miedo a lo
que podría suceder. Quizás solo fuese un simple presentimiento, por ello traté
de ocultarlo, de destruirlo con la mayor y más bella sonrisa, no quería darme
cuenta de que el destino está escrito y que a veces las cosas no se pueden
cambiar
Era
una noche extraña, pues la Luna se ocultaba bajo las estrellas y las nubes parecían
querer desaparecer. Pocas eran las estrellas que se divisaban en la oscuridad,
pues hasta ellas parecían estar avisadas de lo que más tarde sucedería. Por los
cristales discurría tristemente cada gota por llegar al final de su camino y el
pequeño David correteaba por el pasillo. Parecía que la única que lo sentía era
yo. Intenté leer un libro, pero mis pensamientos no me dejaban escuchar la voz
que iba contando todo aquello que sucedía entre las letras. Yo misma era
cociente de que solo una persona podía tranquilizarme, y en ese instante entró
por la puerta con una taza de leche y desprendiendo todo lo que le rodeaba en
el aire. Ni siquiera sé como lo hacía. Ella solo llegaba me daba un beso en la
frente y hacía que se solucionasen los problemas como por arte de magia.
Pero
al día siguiente las cosas cambiaron. Me desperté un poco aturdida pero
nuevamente intenté esconder todo aquello que sentía. Estaba con David
desayunando y sujetaba una pequeña taza de café con la mano, el cual desprendía
u aroma que podía sentirse desde fuera. No era un presentimiento, era una
realidad, como algo que no se puede explicar, solo se siente y al final se
sabe.
Mamá entró, cogió un pequeño trozo de
bizcocho, le hizo un amable gesto a David en la nariz al que este respondió con
una sonora sonrisa. Se volvió hacia mí, y al cogerme la mano me dio un beso en
la mejilla dejando su carmín rojo al borde de mi rostro, y antes de cerrar la
puerta dijo que nos veríamos por la tarde, despidiéndose, quizás para siempre,
con la mejor de sus miradas. Pero antes de salir le dio un efímero beso a papá
acompañado de una dulce sonrisa, la cual era la marca más bonita de su identidad.
Al instante mamá salió de casa, impregnando el pasillo con su perfume, el cual
nunca cambiaba y aquel que permanece ahí día tras día, como si no quisiera
marcharse jamás.
Y
así fue como a partir de entonces las cosas cambiaron y ya nunca más volvieron
a ser lo que eran. Papá entró en casa, con sus intensas pupilas azules
encharcadas. Intentó decir algo, pero las palabras no querían salir de sus
labios de esa manera. Se acercó a nosotros, me agarró fuertemente y sujetó a
David de la mano. En ese momento solo nos abrazó, para demostraba que nos
necesitábamos más que nunca. No hizo falta que dijera, pues a veces las cosas
están en el aire. No hace falta que nadie lo diga porque simplemente se saben,
pero aunque sea duro, hay que aceptar las cosas…o por lo menos eso
intentábamos.
La
echamos demasiado de menos por todo lo que sido y por todo aquello que seguirá
siendo, aunque muchos no lo entiendan. Alguna gente intenta engañarse,
ocultarse a sí mismo todo aquello a lo que tiene temor de enfrentarse. Supongo que
eso es lo que hacía papá. Cada noche lloraba cuando nadie le veía y aunque
jamás nos dijera nada yo sabía que así. Cuando David entraba en su habitación
se secaba rápidamente las lágrimas que discurrían por sus mejillas. Trataba de
ocultarnos todo aquello que sentía, pero era como un buen secreto que se
escondía a gritos. Solía abrazarle cuando menos lo esperaba, pues a veces esto
es todo lo que necesitamos, un abrazo de la persona adecuada.
Intentábamos
llevarlo lo mejor que podíamos, pero en realidad cada uno estaba algo
diferente. David pensaba muy a menudo e ella y cada noche cuando más la echaba
de menos me preguntaba que porqué se había ido y que hacia donde podía mirar
para encontrarla; entonces le cogía su pequeña y blanquita mano para llevarlo hasta
la cristalera de la buhardilla y mirando hacia el cielo de la noche le decía
que buscase la estrella más brillante de todo el firmamento, esa era ella, y
estaba allí para protegernos día a día.
David crecía poco a poco y casi sin darnos
cuenta se hacía mayor. Me preguntaba muchas cosas sobre mamá supongo que le
hubiera gustado pasar más tiempo con ella, aunque en realidad a todos.
Suelen decir que las cosas suceden por algo,
pero esta vez no lo entendía. Nada ni nadie son para siempre, pero intentamos
que se alarguen lo máximo posible. Y es que hay personas que deberían durar
para siempre, porque sin ellas las cosas son distintas. Las sonrisas no se
disfrutan igual, ni los mejores momentos tampoco y lo peor de todo es que
pierdes a una de las pocas personas que estará contigo para siempre. Es como si
una parte de ti te faltara, como si demasiados momentos por vivir se esfumaran,
como si echaras de menos algo que ni siquiera has sentido pero que debería
estar ahí.
Y
yo…yo en todo este tiempo seguía sin querer asumir que se había ido, que ahora
ya no estaba.
Seguía
teniendo cada mañana la misma sensación que cuando ella me daba los buenos
días. Cuando algo me sucedía, hablaba con ella
y aunque nadie me respondía yo sabía que escuchaba. Y lo que más me consolaba
era escribir. Escribía cada vez que lo necesitaba, y aunque cueste creer era la
única manera de retener mis lágrimas. Escribía porque me hacía sentir bien y
porque era la única manera de decir todo aquello que sentía, aunque todo ello
no llegara jamás a los ojos de nadie, excepto a los de ella.
Esto
era lo que más le gustaba a mamá de mí, que tenía la suerte, quizás, de poder
plasmar ante los demás todo aquello que estaba dentro de mí y de descubrirme
simplemente con ello.
Podía
escribir de aquello que se antojase cada noche antes de dormir…el como recuerdo
cuando sonreía y que eso era lo único
que me aliviaba, en como pienso todos los días en ella. Lloraba cada noche
antes de quedarme dormida, pero jamás conseguí soñar con ella. Y aunque para
todos los días pasaban ella parecía estar allí Su perfume permanecía cada
mañana en la entrada y el sol aparecía cada domingo tal y como a ella le
gustaba, todo parecía recordar a ella. Incluso hasta la brisa cada mañana solía
extrañar su rostro.
Era
especial, y no es porque fuera mi madre. Era dulce con todo aquello que le
rodeaba y cuando algo le sucedía sus
ojos dejaban de brillar y tras su sonrisa se escondían miles de pensamientos,
pero jamás dejaba que escapasen, pues hacía como si nada le sucediera cuando
alguien le rodeaba.
Quizás sea una de las cosas que envidiaba a
ella, la capacidad de evadirse de los lugares, de hacer que todo fuese efímero
dejando una marca con su paso.
Y
después de todo lo sucedido y de todo lo escrito, me di cuenta de que esto no
era no que hubiera querido mamá, porque ella disfrutaba y sonreía por todo
aquello con lo que disfrutaba, al igual que yo cuando escribía. Por todo ello
cada vez que algo salía de mí se lo relataba, con una voz que a veces ni
siquiera se escuchaba.
Puede
que fuera una tontería, una sensación sin más y aunque papá, David y yo
estábamos más unidos, seguía sintiendo que ella estaba allí, y es que quizás
jamás se hubiera ido y tal como decía David seguía entre nosotros.
Todavía
recuerda a la estrella más brillante de todo el firmamento y dice que nos
protege, y supongo que a lo mejor no estaba tan equivocado; porque mamá parecía
sonreír con nosotros al igual que dormía acurrucada junto a mí cada vez que se
lo pedía.
Mamá
jamás se había ido, porque cuando solía escribir algo ella estaba junto a mí y
disfrutaba una vez más como lo hacía antes. Supongo que seguía aquí, que
disfrutaba cada vez que sonreíamos de nuevo y que nos besaba a cada unos en la
frente para darnos las buenas noches. Y es que aunque todo esto haya sucedido,
las cosas buenas no deberían cambiar nunca y esto era lo que intentábamos
todos. Y quizás fue por ello que os dimos cuenta de que aunque mamá se había
ido, siempre estaría entre nosotros y que era mejor recordadla con una sonrisa.
Sandra Martínez. 3ºC
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