PABLO LÓPEZ. 1ºC-REPRESENTANTE DEL PRIMER CICLO. CATEGORÍA A.
EL SEÑOR FORSTERR.
El señor John
Forsterr es un prestigioso detective británico, nacido en Manchester. Es muy
conocido porque para resolver crímenes utiliza métodos poco ortodoxos: primero,
dice quién es el culpable, y después busca las pruebas para demostrarlo. Muy a
menudo, este personaje aparece en la prensa. Este es el artículo más destacado
de la semana pasada:
15/10/1903
“No hay caso que se le resista al señor
John Forsterr. La semana pasada, Mathieu Kennedy, uno de los personajes
más importantes de la sociedad inglesa, apareció muerto en la puerta de su
casa. Se sospechaba que alguien le estaba esperando. La víctima presentaba una
contusión en la cabeza. Llamaron a Forsterr quien no tardó en acusar a Stuart
Wilson, un vecino del asesinado, al que un anónimo afirmó haber visto en la
puerta de su casa a las doce menos cuarto, veinte minutos antes del crimen, de
donde no se movió hasta las doce en punto, y fue en dirección a la casa del
fallecido.
El primer día,
Forsterr interrogó a todos los vecinos de Kennedy. La mayoría afirmaba que a
esa hora ya estaba acostada. Otros decían que acababan de venir de sus
trabajos. El vecino al que antes mencionamos le contó a Forsterr que estuvo
vigilando a Wilson, y que tras haberse marchado el susodicho, leyó un rato
hasta dormirse. El único que quedaba por interrogar era el sospechoso, que
afirmó que por lo que estaba parado en la calle era porque estaba esperando a
unos compañeros con los que le tocaba hacer el turno de noche en su empleo.
Forsterr le preguntó que cuál era su oficio, y Wilson le respondió que era
albañil. Tenía que acabar en dos días un edificio y por eso tenía que trabajar
de noche.
Terminado el
interrogatorio, el detective buscó pruebas en la escena del crimen, y encontró
un maletín que tenía una esquina desgastada, y dedujo que esa era el arma con
la que se golpeó la cabeza del fallecido. –A
partir de ese momento me entraron dudas, dijo Forsterr, porque en el maletín había muchísimos pasaportes que no eran del
sopechoso, y una agenda que tenía apuntadas varias tareas, entre las que
destacaba <<matar a
Mathieu Kennedy>>.
Entonces me di cuenta de que Stuart Wilson mentía sobre su identidad:
descubrí que su verdadera identidad era Marco Bonatelli, un famoso delincuente
italiano, perseguido en treinta países, entre los que se incluye éste, que
secuestró al verdadero Stuart Wilson y se hizo pasar por él para no ser perseguido
por la policía. A este individuo se le da muy bien disfrazarse. Llamé a
Scotland Yard y me contaron que en varias ocasiones Mathieu les llamó diciendo
que Bonatelli se encontraba en Londres. Entonces, lo vi todo claro: Bonatelli
fue descubierto por Mathieu, y para no ser arrestado, decidió matarlo. Sin
embargo, también descubrí que el maletín no era el arma que usó el italiano:
descubrí que bajo un arbusto, estaban los restos de un bote de veneno. Por
tanto, supuse que lo del maletín fue un descuido de Bonatelli, que a lo mejor
tuvo que huir precipitadamente del lugar por ser descubierto por algún
ciudadano. Conociendo toda esta información, me presenté otra vez en la oficina
de Scotland Yard, donde se lo conté todo al jefe de policía. Le tendimos al delincuente
una emboscada de la que no pudo escapar. Antes de marcharse con la policía
esposado, me lanzó una mirada fría y amenazante que yo interpreté como <<esto no acaba aquí>>. Este ha sido uno de mis
casos más importantes, ya que he conseguido que un criminal de fama mundial, me
atrevería a decir, esté en prisión. En cuanto al verdadero Stuart Wilson, lo
encontramos maniatado en la bodega de su casa-.
Forsterr no tuvo
caso durante todo el mes; sin embargo,
el 17 de noviembre, este artículo cubrió la portada de todos los
periódicos británicos:
“Ni un mes en la cárcel: Marco
Bonatelli, un delincuente italiano que ingresó en prisión el mes pasado, no ha
necesitado más de treinta días para escaparse de prisión. La última vez que se
le vio en el centro penitenciario fue el pasado jueves 14 de noviembre a las
once de la noche. Al día siguiente, su celda estaba vacía e intacta. Los
carceleros no daban crédito de lo ocurrido. –Me parece increíble que se haya escapado, y más aún sin haber dejado ningún rastro, testifica el
jefe de prisión-.
Ese mismo día,
el señor Forsterr recibió una carta sin remitente y sin sello, por lo que
supuso que el autor de la carta la echó él mismo al buzón del detective. La
abrió, y en mitad de la hoja ponía, en mayúscula y escrito a máquina:
“Nº 24, DOWNTON STREET, 23.00”
Al parecer,
alguien quería ver al detective a las once en Downton Street, una calle poco
transitada (por no decir desolada).
Eran las once
menos diez de la noche. Estaba nublado y no se veían las estrellas. Sonaban
truenos no muy lejos, lo que sugería que iba a llover. El nº 24 de Downton
Street era una vieja casa en ruinas. La madera de la puerta se había podrido.
El interior de la estancia era penoso: las cortinas estaban roídas, había
telarañas, y por lo menos, un centímetro de polvo cubría cada uno de los huecos
del salón. Forsterr subió las escaleras, pero estaban tan podridas como la
puerta y no era aconseajble usarlas. Notó que algo le acariciaba los tobillos,
y al mirar abajo vio que por lo menos tenía cinco ratas olisqueándole los pies.
Se deshizo de ellas a patadas. Iba a seguir inspeccionando el lugar, pero le
pareció oir un ruido. Aguzó el oído, y escuchó el crujir de los tablones de
madera que constituían el suelo, que por suerte estaban mejor conservados. En
el cielo apareció un claro entre las nubes por el que asomó la luna, que con su
tenue luz iluminó el rostro del individuo causante de los crujidos. El
detective reconoció rápidamente a ese hombre: era Bonatelli. Llevaba una
pistola cargada con una bala en la mano.
-Veo que te
resultó fácil escaparte de prisión-dijo Forsterr-Sobre todo si eres
especialista en tomar prestadas las identidades de otra gente.
-Francamente, me
creía que no iba a ser tan fácil. Sin embargo, los carceleros son unos necios.
Fue facilísimo quitarle a uno de ellos las llaves cuando pasó al lado de mi
celda. A las diez, cuando todos los carceleros fueron a cubrir el puesto de
noche, salí de aquel lugar. Dejé inconsciente a uno de los guardias, y me quedé
con su traje. Después de eso, me pude fugar sin problemas. Sin embargo, aún
tenía una cuenta pendiente contigo antes de marcharme a Berlín.
-Obviamente,
fuiste tú el que me mandó la carta. Lo sospeché desde el primer
momento-respondió el detective, sin mostrar ninguna expresión facial. Si
hubiera una estatua de mármol al lado, no se sabría cuál es la estatua y cuál el
detective.
-No obstante, yo
no he venido a conversar, sino a ¡MATAR!-en esta última palabra, el italiano
puso más énfasis que en las demás.
Forsterr comenzó
a correr, ya que el asesino sólo tenía una bala, y si se movía mucho, no podría
disparar.
Forsterr escaló
ágilmente por las estropeadas escaleras, ayudándose de la barandilla, que no
estaba mucho mejor. No tardó mucho en verse atrapado en el dormitorio. El
italiano lo tenía arrinconado. Nuestro personaje divisó una armadura con dos
espadas. Cogió una y embestió contra el italiano. Éste, al retroceder, perdió
el arma, y se hizo con la otra espada.
-¡En guardia
Forsterr!-exclamó Bonatelli-.
Las dos armas
chocaron con furia. Forsterr manejaba con gracilidad y destreza su espada, pero
el italiano no era menos. Cada vez luchaban con menos intensidad, pues se iban
debilitando. Forsterr estaba menos cansado que Bonatelli y poco a poco iba
encerrando al italiano, al que enseguida tuvo arrinconado; sin embargo, éste
cogió un libro y, rápidamente, se lo lanzó a la cara. El detective retrocedió
unos pasos. El italiano, aprovechando esto, le dio una estocada a Forsterr, que
le causó una herida. Ésta era superficial, pero en poco tiempo, la sangre tiñó
la chaqueta del detective, quien empezó a marearse y no podía permanecer de
pie. Se desplomó sobre el suelo. Bonatelli se abalanzó sobre Forsterr para
rematarlo, pero nuestro intrépido detective esquivó su ataque y le atravesó un
hombro a su oponente. Los dos se volvieron a incorporar a duras penas, y
rápidamente, Forsterr volvió al ataque, y le dio varias estocadas más. El
italiano retrocedió hasta la ventana, de la que se cayó. Aterrizó de espaldas
sobre el suelo. Estaba muerto. Forsterr le había vencido. Sin embargo, antes de
que pudiera hacer nada, notó el cañón de la pistola sobre su nuca. El que
empuñaba el arma apretó el gatillo. El ruido de un disparo rompió el desolador
silencio de la noche…
FORSTERR
ALBA ZURITA. 3ºC-REPRESENTANTE DEL SEGUNDO CICLO-CATEGORÍA B.
SIGUIENTE DESTINO, EL PASADO.
Salió y cerró la
puerta tan fuerte que las luces de todo el edificio empezaron a encenderse.
No le dio tiempo a verlo,
sentía mucho miedo y no quiso mirar atrás.
Recorrió dos calles mientras
por su mente pasaban miles de palabras . Esas palabras la aterrorizaban.
No quería pensar en nada,
mientras que queriendo o sin querer pensaba en todo.
De su cuerpo yacían
escalofríos continuos, unos escalofríos que apenas la dejaban dar un simple
paso. Cada paso que daba era un camino hacia el pasado.
Su pasado había sido
demasiado oscuro, pero sintió que era el momento de encender una pequeña luz,
la que lo aclarara todo e hiciera que no pareciese tan negro.
Miró al frente y tuvo la
sensación de que alguien la estaba mirando. Odiaba que la intimidaran o que
simplemente la mirasen de reojo. Era una entre muchas de sus manías, por lo que
decidió huir un par de calles más.
Aquel parque era el más
antiguo de la ciudad y el que más sentimientos le traía. No tuvo el valor de
sentarse en el banco que había en la entrada, y optó por quedarse mirándolo
perplejamente desde la acera que había justo en frente. Ahí fue donde empezó la
historia de su pasado.
Una bonita tarde su hermana
menor, Alejandra, salió al parque como hacía todos los días tras su siesta
correspondiente.
Cogió su bici y junto a su
mejor amigo, Marcos, decidió dar una vuelta bajo el puente que había en la
entrada de la ciudad, al lado de la vieja estación.
Llegaron y decidieron ir a
investigar a esa vieja estación, que parecía muy interesante. Esa estación se
podía ver desde todas las perspectivas del pueblo, pero ningún vecino había
decidido acercarse.
Contaban numerosas historias
sobre esa zona, lo que hizo que aquello se quedase desierto con el paso de los
años.
Eran pequeños, tan solo
tenían seis años y no podían ver los problemas que podría haber detrás de esas
antiguas vías de ferrocarril, que unos setenta años antes había empezado a
ponerse en función.
Recorrieron varios
kilómetros hasta poder alcanzar el lugar donde comenzaban esas vías, justo al
lado de una fabrica. Probablemente era una fabrica de textil, ya que en su
interior todavía se guardaban las maquinas que se usaban para realizar las
prendas de vestir.
Alejandra miró hacia atrás y
vio que el sol se estaba poniendo y pensó que era tarde y que debían de volver.
Mamá la esperaba en casa con la cena preparada. Pero lo debería de haber
pensado minutos antes de que un hombre encapuchado los ordenara a subir en su
coche.
Sentían miedo y no pudieron
gritar.
Candela, que así se llama la
protagonista de esta historia, quiso quedarse en ese parque un rato más. Los
recuerdos del pasado se hacían cada vez más presentes.
Eran unos recuerdos
demasiados amargos, pero aunque se sintiera triste y desolada, estos recuerdos
eran los que hacían que se sintiera más cercana a su hermana. La quería mucho y
a pesar de sus peleas no podía vivir sin ella.
Nunca se había podido
plantear ni un solo día sin ella, ya que aunque fuera casi diez años menor, era
la alegrías de sus mañanas y la que la despertaba con un dulce “ Buenos
días”.
Candela no era como todas
las adolescentes, no salía mucho, la mayoría de los fines de semana los pasaba
junto a su familia en el pequeño piso.
Esto fue lo que le
hizo darse cuenta de que lo daría todo por su hermana.
Llegaron a una casa
abandonada. El encapuchado los ordenó a permanecer en esa triste habitación
hasta que escucharan las campanas que sonaran en la iglesia justo a las nueve
de la noche.
Esa sería la hora en la que
no se sabría nada mas sobre la vida de los pequeños.
Creían que era un juego y
que el hombre sería algún amigo suyo disfrazado de ladrón. Era un juego al que
solían jugar en la escuela, pero que habían prohibido por la educación de los
niños.
No dijeron ni una sola
palabra en toda la estancia, hasta que se miraron con una mirada risueña. Había
un peluca de payaso colgada en la pared con un fino hilo. Era una peluca
rizada, de colores oscuros y que les despertaba a los dos cierta inquietud por
ir a cogerla.
Les gustó tanto porque
casi todos los domingos, solían ir al circo, uno de sus mayores
entretenimientos.
Compraban palomitas y se
sentaban en la primera fila, donde mejor se podía ver la actuación.
Comenzaron a reírse, pero no
les dio tiempo a soltar ni una sola carcajada más. El encapuchado los cogió de
la chaqueta a los dos niños y los obligó a entrar en una sala oscura. Cerro la
puerta y no se supo nada más sobre los chicos.
Rastrearon la ciudad con la
esperanza de encontrarlos, pero no había ni una sola huella.
Candela lloraba y lloraba
pero no se supo nada más sobre su hermana.
Los siguientes días fueron
de luto para toda la familia. No sabían que le había pasado y tenían una
pequeña esperanza por encontrar el cuerpo de la niña, aunque fuera sin vida.
Pero esos deseos nunca se
cumplieron. Poco a poco la familia fue superando el suceso. Intentaban
olvidarlo, pero todos sabían que era algo que iría en sus adentros para
siempre.
Candela, actualmente es una
diseñadora de moda. Decidió dejar de llorar por algo que probablemente no iba a
tener futuro y centrar sus pensamientos en su futuro.
Siempre había soñado con ser
maestra, pero no era muy buena estudiante y su nota no llegó ni a la mínima que
se necesitaba para poder entrar en la carrera.
Estuvo varias semanas
pensando que era lo que realmente la iba a hacer feliz, y claramente, buscaba
un trabajo que cubriera todas sus necesidades.
Además de enseñar, años
antes había hecho un cursillo de moda. Decidió crear su local de trabajo en el
que descubriría un nuevo estilo, que iba a ser muy vendido.
Un día llegó una empresa de
disfraces a su local,eran una de las más importantes que había en esos años y
se sintió muy orgullosa de poder recibirlos.
Querían que le diseñasen un
nuevo disfraz, que sería estrenado por el payaso Carlos Ruíz, el más famoso que
había en Badajoz.
La gente hablaba de él como
algo muy importante, pero lo único que hacía era vestir lujosos disfraces para
darles la bienvenida al publico cada día que se estrenaba una escena en ese
circo.
Trabajó dos duros meses en
ese disfraz, era diferente a todos los demás que siempre aparecían
representados por los payasos.
Personalmente no le gustaba
esa vestimenta, pero si quería ganar algo de dinero debía de hacer lo que la gente
le pedía no lo que ella inventara.
El día de la recogida del
disfraz, apareció Carlos, para poder probárselo y así, en el caso de que
hubiera algún error, lo podría arreglar antes de que se lo llevase.
Cuando Carlos se quitó la
chaqueta, Candela pudo observar que de la etiqueta colgaba un hilo, del que
estaba sujeta una peluca. Era una peluca rizada, de colores oscuros.
Esa peluca era la que había
estado presente durante el secuestro de su hermana menor.
No le dio importancia, pues
ella nunca la había visto. Tomó el dinero y se despidieron.
Meses después llegó al mismo
local, la misma persona que había ido a recoger el traje.
Este la invitó a tomar café.
Durante la estancia, Carlos Ruíz le confesó que su mirada había quedado clavada
en él, y que desde aquel día no la había podido olvidar .
Quedaron varias veces más y
en una de esas citas, Carlos tuvo que confesarle algo:
Hacía ya 10 años que él
pasaba por momentos duros, su padre murió y su madre lo abandonó. Era adicta a
las drogas y fue consciente de que debía dejar a su hijo, antes de que él
también pudiera caer en ese mundo.
Aunque ya tenía diecisiete
años fueron momentos terriblemente duros y de la noche a la mañana quedó
huérfano. Intentaron ayudarlo, pero nadie quiso prestarle su casa o su
amabilidad, por lo que pensó que era el momento de buscarse trabajo y
poder sacar su vida adelante.
Al pasar dos años, sentía
demasiada impotencia, nadie lo había ayudado en el peor momento de su vida. La
rabia vivía dentro de él y tenia que acabar con ella.
Dos pequeños andaban
por una vía de un antiguo tren...
No le dio tiempo
acabar la historia. Candela rompió a llorar, ya lo entendía todo.
Él había matado a su
hermana.
Estaba enamorada y decidió
callarlo. Se lo contó a Carlos, su hermana era la chica que andaba por la vía
del tren.
Entonces acabó la
historia: los llevó a una sala y a la mañana siguiente, los cuerpos de
los pequeños ya se encontraban sin vida.
Decidieron no volver a verse
más.
Pasó un año y medio, y llegó
a la casa de Candela un ramo de flores. Era él, explicando que no podía vivir
sin esas tardes en la cafetería, riendo y contándose todo lo que les pasaba a
lo largo del día. Por lo que le pidió que se volvieran a ver.
Ese fue el comienzo de
la historia de amor, aunque más que amor, dolor y tristeza que iba a vivir
Candela.
Ahora viven juntos en el
piso que ella se había alquilado cuando trabajaba en el local como modista.
Cada vez que lo mira a los
ojos, puede ver el rostro de su hermana aún más cerca.
Nadie perteneciente a la
familia lo sabe, solamente ella, y ha decidido callarlo.
Pero no puede vivir con ese
terror tan dentro de su corazón.
Ahora que él está
profundamente enamorado, acabará con su vida. Y probablemente esa misma noche.
Enhorabuena a mis dos alumnos y gracias a todos los participantes por su colaboración. Definitivamente estos chicos siempre nos sorprenden. Un fuerte abrazo y seguid escribiendo y leyendo.
Los dos textos han sido muy interesantes. Me alegro de que hayan ganado. ¡Se lo merecen!
ResponderEliminarEnhorabuena a los ganadores, sobre todo a Alba que es nuestra paisana, y a la profesora por fomentar la lectura y la creatividad en sus alumnos.
ResponderEliminarMuchas gracias!! Para mí es un placer.
ResponderEliminarAdemás de ser mi trabajo. Me encanta trabajar la lectura y la escritura con los chicos. Los hay que siempre responden tal y como vemos. Un abrazo.
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