PAULA GARCÍA
EL ASESINATO
Hoy era el día.
No quería hacerlo, no estaba preparada. Me miré con tristeza al espejo, no me
había arreglado mucho, llevaba semanas en pijama, sin comer, sin dormir, sin
salir… Hoy era el primer día en bastante tiempo que pisaba la calle. Mi tía me
gritó desde el piso inferior para que bajase. Era la hora de irnos. Cuando salí
estaba todo mojado. No voy a negar que al salir ese olor a lluvia y a tierra
mojada me tranquilizó, a pesar de que sentía que se me iba a salir el corazón
del pecho. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que fui testigo del asesinato de
mi familia, estos días se me han hecho eternos, encerrada en mi habitación y
sin hablar con nadie. Todos me han obligado a testificar, y no me veo en
condiciones por lo que ahora mismo desearía no haber sido la única
superviviente de mi familia, junto con mi padre, claro, pero para mí desde ese
día es como si ya no formara parte de ella. Al entrar a los juzgados, lo
primero en lo que me fijé fue en un reloj detenido sobre mi cabeza. Fruncí el
ceño, no me pareció muy extraño ya que hasta donde sé, ese lugar era muy
antiguo. Entonces, seguí adelante y me preparé mentalmente. Entre tanta gente
en aquella sala, divisé los ojos negros de mi padre mirándome fijamente, le
aparté la mirada con rabia, tristeza y decepción y esperé para declarar.
Escuché mi nombre y miré a mi padre, lista para desahogarme y lo mejor de todo,
para hundirlo y que se pudriera en la cárcel de una vez por todas. Cerré los
ojos, respiré profundamente y comencé: - Salí de mi habitación para la hora de
comer. Cuando entré al comedor noté un fuerte olor a lejía pero le resté
importancia. En ese momento pensé que mi madre quizás estaba haciendo limpieza
a fondo. No había nadie, así que me senté en la mesa, la cual tenía platos desiguales,
me extrañó muchísimo, miré hacía el lavavajillas y la única palabra para
describirlo era horroroso, llena de platos y otros utensilios así que pensé que
no quedaba más remedio que cenar con platos diferentes. Al acercarme la cuchara
a la boca, noté un olor extraño, similar a la lejía que había notado antes y no
me atreví a comer nada. Vi a mi padre detrás de mí, no se veía muy bien, estaba
bastante raro, como nervioso. Sabía que algo no andaba bien pero intenté
tranquilizarme. Le pregunté dónde estaban mi madre y mis hermanos y me dijo que
fuera de la ciudad, que no me preocupase, que vendrían pronto. Más tarde me
obligó a comer algo e insistió en prepararlo. Me puse nerviosa, demasiado.
Quise llamar a la policía y sin que mi padre me viera, intenté escaparme y
llamar. Sentí su mirada sobre mí y empecé a correr y noté su mano en mi brazo,
diciéndome una y otra vez: “ni se te ocurra”. Quité mi brazo y apunto de coger
el teléfono, tropecé y lo empecé a ver todo negro. Cuando desperté en el
hospital, me contaron todo lo que había pasado realmente. Mi padre había
insertado gran cantidad de lejía e insecticida en la comida y bebida de mi
madre y mis hermanos. Al ingerir los alimentos, empezaron a sentirse muy mal y
con muchas náuseas. Los intentó envenenar y seguidamente, los ahogó. Antes de
que yo pudiera llamar a la policía, me caí por las escaleras junto con mi padre
y mi vecina llamó finalmente al notar que algo iba mal y ver por la ventana de
nuestra casa ambos cuerpos tirados en el suelo. Tras declarar, miré a todos
lados, veía las miradas de la fiscal, de mi abogada, del juez, de mi padre, de
mi tía y de los demás presentes. Sentí que me quité un gran peso de encima pero
aún tenía un presentimiento de que algo malo pasaría. Todavía tengo recuerdos
borrosos de esa noche y me da miedo que no se me haya contado algo importante
de lo que yo no fui testigo. Hay un vídeo, gracias a las cámaras de seguridad
se verá quién es el asesino y qué pasó realmente. Sé que mi padre ha sido el
culpable. Lo vi, lo vi, lo vi. Mil veces se me pasaron esas dos palabras por la
cabeza para autoconvencerme de que no fue mi imaginación, fue tan real… yo lo
sé. Más tarde, se anunció que se pondría el vídeo y no quise verlo, no me
atrevía porque me dolería el doble y no quería volver a llorar, aunque creo que
ya no me quedan lágrimas para ello. Así que cerré los ojos y miré para otro
lado, por el sonido sentí que el vídeo había comenzado, pero de repente vi como
todos los que estaban en aquella sala me miraban fijamente. Miradas malas,
crueles y con desprecio, pero la que más me sorprendió fue la de mi padre,
estaba a punto de llorar y me miraba muy apenado. Comenzaron los murmullos y
escuché mi voz en el vídeo, así que decidí mirar. Directamente palidecí y
empecé a no sentir mi cuerpo cuando el juez pronunció mi nombre y la frase:
“.....está usted acusada de asesinato”.
ALEJANDRA TAPIA
Su egoísmo e interés por su
bienestar le habían causado problemas de nuevo. Este individuo con trastorno
psicopático, caracterizado por tener un marcado comportamiento antisocial, una
empatía y unos remordimientos reducidos,bebía como de costumbre, estaba ebrio,
no sabía lo que hacía. Subió al coche, quiso olvidar todo el dolor que había
sufrido, iba a terminar con todo, era lo que verdaderamente deseaba. Ya no
tenía a nadie, nada tenía sentido. Ya en el coche, un fuerte olor a lejía
servía de ambientador, miró lo único que le recordaba a su familia, un reloj
detenido, y arrancó, su ultimo objetivo era acabar con su vida, corriendo a 120
km chocó contra un muro.
Jacob despertó en el hospital, acababa de salir de un coma. Dentro
de esa habitación blanca había una persona a la que Jacob no conocía. El señor
se presentó y comenzó a decir que era un psicólogo y que solo estaba allí para
ayudarle. Este le dijo que ya sabía lo de su intento de suicidio, le ofreció
una tarjeta que contenía la dirección de un gran almacén donde realizaban
terapia en comunidad. Al principio Jacob pensó que era mala idea ir, ya que no
le serviría de nada, pero lo pensó y se autoconvenció de que podría serle útil
y de ayuda.
Cuando Jacob
visitó por primera este almacén, conoció a todas las personas que estaban allí,
y la terapia que realizó le ayudó mucho. Aparentemente aquel grupo de terapia
parecía normal, de hecho las primeras visitas así lo era, pero cuando Jacob ya
demostraba y sentía que ese grupo era una parte esencial de su vida, los
componentes le abrieron las puertas de su secta a la que llamaban `El reino de
fe ´.Ellos creían en un reino de felicidad plena más allá de la muerte, al que
solo se podía acceder mediante unas acciones realizadas en la vida terrenal.
También tenían su propio libro sagrado y un conjunto de normas y de tareas que tenían que llevarse a cabo para conseguir
privilegios quefacilitarían la entrada al reino de fe. Esta comunidad creía que
el mundo real era una mentira que todo lo que veíamos, todas las reglas que
teníamos que seguir, la sociedad y sus normas eran un invento, para tener el
control de la vida de las personas. Y así lo comenzó a ver Jacob cuando leyó y
comprendió las ideas que esta secta tenía. Jacob comenzó a tener una visión muy
diferente de la vida, mucho más fantasiosa, ficticia e ilusoria.
Esta secta
tenía numerosos principios, aunque todavía quedaba uno del que Jacob no tenía
conocimiento. Este principio consistía en el sacrificio de personas. Estos
asesinatos les daban privilegios y eran obligatorios y necesarios para poder llegar
al reino de fe y tener un puesto en su gobierno, así cuantas más personas
sacrificabas más privilegios conseguías. Esto a Jacob le pareció un poco
desconcertante y escalofriante, aunque después de reflexionar lo comenzó a ver
como algo normal y una acción que le podría beneficiar. Jacob comenzó a enfocar
su vida en el reino de fe, ya no distinguí la realidad de la ficción, se
centraba en los múltiples asesinatos de los que no quedaban constancia, y que a
él le garantizaban numerosos privilegios. Gracias a su compromiso con la
comunidad Jacob alcanzó el rango más elevado, no más que el rey, que se podía
llegar a tener en el mundo terrenal, lo que le llevo a tener mucha más
obligación y a implicarse todo lo posible en la causa de la comunidad.
Una vez que ya
habían sacrificado a las personas suficientes, solo quedaba el último paso, y
este era el ritual de trascendencia al reino de fe. En el cual tomarían varios
lugares donde hubiera una gran aglomeración de personas, y después los
quemarían. Estas personas serían las últimas sacrificadas, las que les darían
paso al reino de fe.
Al saber de
este último proceso, Jacob comenzó a pensar en su vida en este reino, por fin
podría sentirse completo y feliz. Al tener esta reflexión, Jacob empezó a
comportarse de una manera un poco extraña, ya no tenía su comportamiento habitual.
Y esto fue así porque comenzó a recuperar su egoísmo característico. Jacob
pensó en como sería un reino de fe solo para él, y lo deseaba así, por lo que
elaboró un plan, para realizar el ritual de trascendencia, que le beneficiara
únicamente a él. Este plan que consistía en realizar una maniobra de
distracción a la seguridad del último paraje donde ellos trascenderían, fue aprobado
por los miembros de la secta. El único inconveniente para ellos era que esto no
era cierto a la seguridad no se la iba a poder distraer, solo era una mentira
que les había contado Jacob, para que solo él trascendiera y poder tener el
control en el reino de fe.
Llegó el día en
el que llevarían a cabo el ritual de trascendencia. Todos los miembros de la secta
se dirigieron hacia los lugares acordados. Al llegar a ellos llevaron a cabo el
plan. Por último se trasladaron al lugar donde se iba a celebrar el ritual y
donde trascenderían. Este ritual iba a ser dirigido por Jacob. Este comenzó con
el ritual. En primer lugar montó una mesa con platos desiguales en los que puso
diferentes líquidos, estos representaban los valores de la comunidad, justicia,
fuerza y fe. Por último leyó el código sagrado, todos tomaron los distintos
líquidos, Jacob los tomó en sus propios vasos a los que les había añadido
veneno para asegurarse la trascendencia al reino de fe que por fin sería solo
para él, ya que sabía que la policía aparecería en cualquier momento para
detener a los demás miembros, que fueron acusados por delito de homicidio
múltiple. Solo un auténtico psicópata sería capaz de realizar ese plan para que
solo él por fin pudiera llegar al reino de fe. Pero ¿ en realidad Jacob llegó
al reino de fe o todo fue un sueño producido por su coma?
ALBA
BELLIDO
Todos los padres suelen concienciar a sus hijos sobre las drogas, sobre el
cuidado que debes de tener cuando mantienes relaciones con cualquier persona,
sobre la importancia de los estudios o sobre cualquier tipo de temas. Yo nunca
he tenido esa suerte. Toda mi infancia la he pasado sola y sin la mínima
muestra de cariño de mis padres, hasta que nació mi hermano pequeño, Lucas.
Pasábamos el día entero juntos, ya que mis padres siempre estaban fuera, y
cuando estaban en casa siempre nos teníamos que meter en cualquier habitación y
no salir porque cada día entraba alguien a discutir con ellos, sobre todo de
temas de dinero. Nunca entendí muy bien en qué estaban metidos mis padres,
hasta que un día mi madre llegó a casa llorando. Habían asesinado a mi padre. Mi
madre nunca quiso contarme el por qué, ni si quiera hablar de ese tema, pero
tuvimos que irnos a toda prisa de casa. Cogimos un autobús y llegamos al
aeropuerto, supuse que nos íbamos lejos. En dos horas estábamos en otro país,
Italia. En cuanto llegamos mi madre hizo una llamada y nos guió hasta una casa
muy pequeña en un barrio que parecía ser un poco pobre y nos dijo que
tendríamos que convivir con otra familia.
Mi madre cogió unas llaves que había debajo del felpudo y abrió la puerta.
En la casa no había nadie cuando llegamos, estaba muy desordenada, en el salón
había una mesa con platos desiguales e imaginé, por el tamaño de los platos,
que también conviviríamos con niños. Subí las escaleras y dejé mis cosas en la
habitación que me había dicho mi madre y que compartiría con mi hermano. Lo
único que había era un pequeño armario vacío, una cama y una mesita con un
reloj detenido. Puse el reloj en hora, coloqué las cosas y bajé a comer. La
familia con la que viviríamos llegó un rato después, eran un matrimonio y su
hija, Valentina, que tenía mi misma edad.
A los días mi madre nos apuntó al colegio donde iba Valentina y ella nos
ayudó a mi y a mi hermano ha aprender italiano, porque deberíamos de saber para
ir al colegio y comunicarnos con todo el mundo.
Empecé a conocer gente y hacer amigos, me encantaba la nueva vida que
teníamos y todos estábamos muy felices, ya no venía gente desconocida a
discutir con mi madre y nuestra relación con ella cada vez iba a mejor.
Compartimos casa con la familia de Valetina durante dos años, pero mi madre
decidió que era hora de mudarnos a otra casa ya que tenía un trabajo estable y
un buen sueldo con el que podríamos vivir bien los tres.
Un día, llegamos del colegio mi hermano y yo, y cuando entramos en casa no
había nadie. Era raro que mi madre no estuviese allí para esa hora, pero no le
dimos importancia. Bajé al sótano a coger algo para comer de la despensa, y
cuando abrí la puerta salió un fuerte olor a lejía, casi no podía ni respirar,
pero fui a ver de donde venía ese olor. Cuando bajé no había nada, solamente un
sobre en el suelo. Lo cogí y llamé a mi hermano para ver lo había dentro. Era
una nota en la que ponía “No volveréis a ver a vuestra madre como pasó con
vuestro padre. Las deudas se pagan y ellos han tenido que pagarlo así.” No
supimos como reaccionar a lo que acababa de pasar, habían asesinado a mi madre
como hicieron con mi padre, seguíamos sin tener ni idea del por qué, pero
teníamos que averiguarlo de alguna manera.
Fui a casa de Valentina y le conté lo que había pasado. Me dijo que ella
sabía en todo lo que se habían metido mis padres pero nunca me sacó el tema
porque pensaba que yo también lo sabía. Me contó que mis padres siempre habían
estado metidos en el mundo de la droga, que al principio les iba bien pero que
empezaron a deber dinero y a tener deudas que no podían pagar y por eso mataron
a mi padre y tuvimos que irnos tan lejos de casa ya que ella también estaba
amenazada, pero esos hombres siempre han seguido el rastro de mi madre y que
aunque ella pensase que al mudarnos tan lejos todo había acabado no era así,
nunca estaríamos seguros del todo.
Yo y mi hermano quedamos huérfanos desde muy pequeños, pero la familia de
Valentina nos volvió a acoger, siempre se portaron muy bien con nosotros y nos
protegieron como si fueramos sus propios hijos.
MARÍA RODRÍGUEZ
Sabrás Helena,
que tu muerte fue un gran shock para todos. La sala contenía un silencio pesado
y opresor a pesar de estar llena de gente. Parecíamos perdidos en este nuevo
mundo en el que tú ya no nos veías, caminando de un lado a otro, abrazándonos a
nosotros mismos, cada uno perdido en un pasado lleno de ti. Él no paraba de
mirarte con aire confundido, pegaba la cara al cristal y parecía que todo él
resbalaba y se dejaba caer, que poco a poco se encontraba más lejos y nadie
podía traerlo de vuelta .Nadie se atrevía a acercarse, le temíamos. Temíamos su
reacción, sus ojos hinchados y llenos de odio contra el mundo y el temblor
incontrolable de sus manos que de vez en cuando se cerraban en un puño.
Me temo que fue
en parte culpa mía. Me reprocho cada día no haberlo intentado con más ahínco,
aunque se mostrara esquivo y yo le supiera inconsolable, aunque me hubiera
herido en lo más profundo. Su vida debió de ser una agonía incesante a partir
de ese día. Lo sé porque veía lo feliz que era al tenerte cerca, cómo se
quedaba embelesado escuchándote. Erais todo formas y color cuando estabais
juntos, girabais alrededor el uno del otro y os deshacíais en cuidados. Ahora resultaba
difícil estar a su alrededor porque desprendía desesperación en cada una de sus
respiraciones, de sus gestos, era un dolor casi físico el que se veía en sus
facciones, eclipsaba cualquier sentimiento que yo pudiera estar sintiendo, de
un modo egoísta, era como siquisiera acapararte para sí incluso en la muerte.
Aún así me esforcé por ir a visitarlo por lo que había sido para ti, mi querida
Helena.
La visita a
vuestro piso me impactó muchísimo. Pude observar la locura de un hombre en
decadencia. Cuando abrió la puerta se le vio sorprendido y en cierta forma,
molesto por mi presencia. Ese es el dilema cuando te enfrentas a una persona
que lo único que desea es estar sola en su desastre interior pero que ha
perdido el rumbo. Me alegro de que no estuvieras allí para verlo, Helena. Por
el suelo montañas de cristales rotos, charcos de vómito seco salpicaban el
suelo. Sobre la bonita mesa de madera pulida del comedor apenas si quedaba un
hueco libre. Estaba a rebosar de platos desiguales amontonados con comida
congelada apenas sin tocar, papeles arrugados, latas de cerveza y botellas de
vodka. Todo esto creaba un conjunto de olores pestilentes casi insoportable.
Él me miró con
una mezcla de desdén e indiferencia y se tumbó en el sofá a mirar tu foto, yo me abrí paso y, sin dirigirme a él, me
dirigí a las ventanas, las abrí dejando entrar el sol cegador de un día de
agosto. Varias horas de trabajo después la casa volvía a relucir y un fuerte
olor a lejía había impregnado el suelo y mis manos. Me senté entonces frente a
él y al cruzarse nuestras miradas comenzó a sollozar de la forma más
desgarradora que yo había visto nunca.Lloraba y se sacudía espasmódicamente sin
apartar la vista de mí. Me levanté, lo abracé y yo también lloré, lloramos
juntos. Dos personas destruidas por el amor hacia ti, dos almas desnudas, dos
cúmulos de recuerdos.
Cuando nos calmamos
vislumbré debajo del sofá un objeto, me agaché, lo recogí y al darme cuenta de lo que era casi lo dejo
caer de la sorpresa. Se trataba de un reloj detenido. Tu reloj, el que yo te
regalé al cumplir los veinte años. El cristal estaba hecho añicos y los
brillantes diamantes se desprendían de él poco a poco. Levanté la vista y él bajó los ojos avergonzado. Lo había roto, lo
noté en su forma de llevarse la mano al pelo y de evitar mirarme. Quise
gritarle, hacerle saber el odio que sentí hacia él pero me sentía agotado, sin
fuerzas para enfrentarlo, así que me dirigí a la puerta y salí dejándolo solo y
con ese reloj tan especial colgando de la mano. Lo siento, mi querida Helena,
quizás fui orgulloso, quizás me pudo mi testarudez, pero no pude volver a verlo,incluso al ver cómo se torcía su vida, incluso al presentir
cómo iba a acabar. Te fallé, Helena, y estaré siempre muy arrepentido.
LIDIA PÉREZ.
EN BUSCA DE
VENGANZA
Eran las 6 seis de la madrugada . Volví a
casa tras una noche de alcohol y amigos . Fue una noche bastante movida y
mientras caminaba pensaba en todas y cada una de las copas que me había tomado
sin parar. Me pareció raro no recibir un mensaje de mi madre en toda la noche .
Ella siempre solía escribirme un mensaje cada dos o tres horas cuando salía .
Pero luego entendí todo …
Cuando llegué a casa me encontré la puerta
abierta y forcejeada , como si alguien hubiera querido entrar . En ese momento
solo podía pensar en mamá. Al entrar noté como un fuerte olor a lejía se
introducía por mis pulmones . Empecé a toser hasta que mis orificios se
acostumbraron a ese ambiente tóxico . El lugar era frío y podía sentir cada
latido de mi corazón . La tensión se escondía en cada rincón de oscuridad de la
casa . Sabía que algo no iba bien cuando vi que la mesa con los platos
desiguales de la noche anterior seguía puesta .
El silencio se rompía con ese “tic tac” de
las agujas del reloj . Sentía miedo . No sabía si llamar a mi madre o
permanecer en silencio . Me dirigí a la habitación donde ella siempre dormía .
Cuando abrí la puerta pude sentir como el reloj se detenía en mi cabeza . Solo
podía escuchar el “No, no , no, que sea una pesadilla” dentro de mi mente. Allí
vi su cuerpo empapado , pálido, tirado
en el suelo y sus ojos abiertos , llenos de miedo pero que ya carecían de vida.
No podía pensar que eso fuese verdad y me pellizcaba para despertar de esa
pesadilla, sabía que no estaba ebria pero también que eso era real , aunque me
hubiera encantado que no lo fuese . De repente sentí un fuerte mareo y caí al
suelo , supongo que fue por la gran cantidad de aroma a lejía absorbido . Y hoy
he despertado aquí , en el hospital. Y lo único que sé es que cuando salga por
esa puerta nada será como antes porque alguien me ha arrebatado la vida del ser
que más me amaba , el ser que me daba sentido para vivir cada día , el que me
abrazaba cada noche y el que me limpiaba las lágrimas cuando creía que no podía
seguir adelante con algo .
-No hay más preguntas .
-Encontrar a quién lo haya hecho , porque
como yo lo encuentre morirá con dolor y no tendré piedad de ello…
ALBERTO LUQUE
PAVOR
Me encanta la
invención que estoy escuchando. Es mi favorita, sin duda, de entre las 15 que
hay en la lista que estoy escuchando en bucle con este aparato. Ahora mismo me
siento un poco estresado con los exámenes finales, así que he decidido evadirme
de lo que debería estar haciendo, como todos mis compañeros, es decir, comerme
los libros, lo cual es poco decir. Una de mis pasiones es la de andar
escuchando música, cada día por un camino diferente, para no aburrirme; hace
que no caiga en depresión. El sitio por el que voy está sin asfaltar, y es muy
pedregoso.
A la vez que pienso en el dichoso
examen de crítica literaria que me ha mantenido en vilo toda esta semana, escucho
unos gritos desesperados. Provienen de la casa de al lado. Una casa con una
fachada descuidada, sucia, de donde cuelgan ramas secas de plantas muertas hace
ya tiempo. De repente, veo que un hombre vestido de negro y encapuchado sale de
un salto por una de las ventanas de la planta baja y huye a toda prisa; tan
rápido que, en el instante que he tardado en reaccionar, ha sido capaz de escabullirse
por otros callejones comunicados con este.
Me siento realmente desconcertado. Necesito salir de dudas y
entender lo que ha sucedido, así que voy a entrar en la casa. La puerta se encuentra
entornada, con la cerradura forzada y manchada de sangre. Una vez dentro,
vislumbro en esta oscuridad tan atormentadora una hilera de gotas, teñidas de
un color rojo oscuro, que van desde la puerta de entrada hasta una habitación
con las puertas cerradas. Con decisión, accedo a lo que parece ser un salón
antiguo, con cuadros en los que se puede ver a una mujer sonriendo desde
distintas perspectivas. Hace mucho frío, aunque menos mal que he cogido un buen
abrigo. Siguiendo el rastro que he encontrado, me quedo atónito ante la escena
que a tres pasos se halla de mí: la bella mujer que es feliz en esas pinturas
yace muerta en el suelo de madera barnizada. Tiene una descomunal brecha en el
lateral izquierdo de la cabeza de la que no deja de brotar sangre, haciendo que
crezca cada vez más el cúmulo de esta en un charco alrededor de su cabeza.
Siento cómo la angustia viene y va por mi esófago tan rápido que parece como si
quisiese jugar con mi estado de salud. Sus ojos, de color miel, están
desorbitados; la boca, de la que emana un tenue hilo rojo, abierta.
Además de la sangre y el cadáver, descubro que en el suelo hay
pedazos de una vajilla rota bastante gruesa. Miro y veo en la mesa platos de
tamaños desiguales: uno pequeño, otro mediano, y, a su lado, el hueco sin polvo
del que se encuentra en el suelo. A juzgar por la apariencia y el grosor, diría
que son de loza monocroma. El silencio que reina es terrorífico y parece imposible
de aniquilar. Sin esperarlo, una fuerte ráfaga de viento penetra por la ventana
abierta por la que supongo que acaba de huir el asesino, la cual se encuentra
al lado de un imponente bargueño barroco. Es cierto que si alguien me ve aquí
me incriminará de esta atrocidad, y como no quiero eso, es mejor irme.
Tengo mucho miedo. Tanto que me cuesta respirar, pero para ir
después a comisaría a informar de lo que he vivido necesito saber la hora
exacta. Desgraciadamente y debido a mi estrés por la universidad, había optado
por no coger ni el móvil ni el reloj al salir de casa. Corriendo por los
callejones interminables del área este de la ciudad, veo que uno lleva hacia la
plaza mayor. El alcalde mandó poner un reloj el mes pasado en el centro del
arco que servía de puerta para acceder al majestuoso lugar, así que allí puedo
comprobar con certeza la hora. Al llegar, veo el reloj detenido y con una sola
manecilla. Qué coincidencia que estén arreglándolo ahora.
Nervioso, atemorizado, casi sin habla, me dirijo a mi casa para
contárselo todo a mis padres. Mientras voy hacia allá, escuchando otra de esas
invenciones que me ayudan a calmarme, recuerdo que, acompañando al pavoroso
escenario, había una serie de huellas rojas en dirección al ventanal. No sé por
qué, pero ese tipo de suela me resulta familiar, ya lo he visto antes. Tras
llegar lo más veloz posible a casa, respiro hondo y suspiro, intentando
recobrar las fuerzas suficientes para testificarlo todo. Cojo mis llaves y abro
la puerta.
Súbitamente, llega hasta mí un
fuerte olor a lejía que me irrita las fosas nasales. Esta mañana había tocado
limpiar, pero nosotros nunca usamos lejía. Qué extraño. Saludo en voz alta a
mis padres y mi hermano, pero nadie contesta. Al fondo del pasillo veo la luz
del baño encendida, así que decido ir. A un par de metros, veo que en el suelo
hay una huella de zapato roja, aunque casi inapreciable, similar a la que hace
media hora he visto. Las manos me han empezado a temblar incontroladamente del
miedo que se apodera de mí cada segundo que pasa.
Finalmente, sudando, me armo de
valor para asomarme, tapándome la nariz para intentar evitar el intenso olor de
antes que sale del baño. Al otro lado de la puerta se encuentra mi hermano,
vestido de negro, restregando efusivamente su chaqueta manchada de sangre con
lejía. Al verme, deja de hacer eso y viene hacia mí de un salto, mientras que
trato de apartarme llorando. Entendiendo que lo sabía, me coge del cuello y me
pone un pañuelo en la boca y la nariz con un aroma muy extraño.
-
Mi
hermano es un asesino – digo mientras los ojos se me van cerrando poco a poco y
pierdo la noción de la realidad. Mi hermano es un asesino.