Mezclar cocina y escritura es siempre garantía de que el texto quedará bien elaborado siempre que los ingredientes sean de buena calidad. Os dejo una muestra de textos culinarios. Son alumnas de 1º de Bachillerato.
Llegué de la rutina, de la enorme monotonía, día tras día y
algo nuevo pasaba en casa.
La cara de mi familia, especialmente la de mi madre, era
totalmente descompuesta, era como si su alma hubiese dejado su cuerpo, era como
si el sofá tuviese millones y millones de kilómetros profundos, muy oscuros, ya
que su mirada en él no tenía fin.
Nadie me decía nada, todos se volvieron mudos en sus
palabras.
Yo no entendía nada hasta que vi la foto de mi abuela entre
dos velas negras muy muy grandes. En ese momento se me desarmó todo mi ser, se
me desarmó el mundo entero, pero poco tiempo me duró esa enorme pesadumbre, al
llegar a la cocina y saber que horas antes mi abuela había estado cocinando
solo y exclusivamente nuestro plato de televisión : roscos de huevo.
RAQUEL MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ. 1º BACHILLERATO B.
Como cada noche, me dispuse a preparar
la cena. Aquel día era un día especial, diferente, raro. Un día que rompería
con la monotonía e inundaría nuestros cuerpos de adrenalina que forcejeaba por
salir mientras intentábamos guardar la compostura en un intento fallido de
sensatez.
Estaba claro que la ocasión merecía ser celebrada
de forma especial, así que cambie mis planes en el último minuto, dándole un giro
de 360 grados a mis esquemas, pero también a los suyos, para así poder ver como
se le achinaban los ojos mientras sonreía y e decía ´´eres increíble´´, pues
adoraba las sorpresas.
Mi madre siempre fue una gran cocinera:
armonizaba rodos los ingredientes a la perfección haciendo que todos los
sabores estuviesen ligados creando una maravilla culinaria tras otra. No tenía
ni un restaurante, ni mucho menos una estrella Michelin, pero sin duda se la merecía
por el cariño y el amor que le ponía a la cocina y a todo aquello que le
importaba.
Rebusque en las repisas más altas de la
encimera de la despensa y allí estaba su libro de recetas. Eché un vistazo
rápido entre las paginas, ya deterioradas por el paso del tiempo y encontré una
de las recetas que solía preparar con ella. Era una receta portuguesa de
bacalao, bastante sencilla de preparar, pero muy original que seguro le
sorprendería. Este plato fue su favorito durante nuestro viaje a Portugal hacia
un par de veranos. Siempre que íbamos a comer, me echaba una mirada cómplice y
me decía ´´elige tu mi plato, no es difícil acertar´´, y entre risas ambos
decíamos al unísono ´´bacalao a bras´´ mientras el camarero nos miraba con cara
extrañada; pensaría que estábamoslocos, pero ambos sabíamos que no hay locura más
cuerda que amar y ser amado.
Mientras recordaba el viaje, fui
desmenuzando el bacalao muy cuidadosamente intentado encontrar todas las
espinas para que no tuviese problemas con ellas. Quizá le sobreprotegía
demasiado, o quizá muy poco.
Corté las patatas y las freí en aceite
muy caliente para que quedasen crujientes, pero no del todo. Antes de que
estuvieran plenamente hechas, las saqué para saltearlas junto con el bacalao
desmenuzado y, una vez que los sabores se habían ligado bien, estrellé un par
de huevos para hacer el revuelto. Luego lo emplaté; estaba muy orgullosa de mi
creación.
Cuando lo probé numerosas imágenes de mi
niñez entrelazadas con recuerdos fugaces de los paseos por las estrechas calles
de Lisboa se agolpaban en mi cabeza y se peleaban por conseguir el mayor
protagonismo posible.
Mientras me arrepentía de no haber
disfrutado más de aquellos momentos, puse la mesa y coloqué los platos, todavía
humeantes.
Y esperé, esperé, esperé, hasta que dejo
de reinar el silencio. Hasta que volvió a salir el sol. Hasta que la cena se
enfrió. Y tú no apareciste.
Tal día como hoy ha pasado un año.
Vuelve a ser nuestro aniversario y volveré a cocinar para ti con la esperanza
de que vuelvas a casa diciendo que aún me quieres.
Patricia De Haro
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